Aurora

Pasaron los días y a pesar de creer que el tiempo todo lo borra, ella seguía con un pensamiento continuo en la cabeza: él. Él en su nueva vida sin ella, esa vida donde todo ocurría como si nunca se hubieran conocido. ¿Pensaría él en ella, como ella en él?

Pasaban más días y su vida tomaba un nuevo rumbo, con su recién ganado "tiempo para ella y sin él", ahora el tiempo hasta le sobraba. Se comía los libros y los kilómetros en la maquina de correr, visitó amistades que antes no hubiera visto en meses y sin embargo, ese pensamiento continuo volvía día con día a revolverle no solo la cabeza sino hasta las entrañas. Sentía que esa taquicardia que ahora la asediaba, de repente pero de manera continua, era una señal del universo indicándole que en ese preciso momento él también pensaba en ella, en ese pasado cortado de raíz.

Ella entonces decidió aceptar ese pensamiento como aceptamos esos kilos demás, los adaptas a tu vida y te dices que en algún momento partirán, por mas que hagas ejercicio diario o dietas de cualquier índole, él, como los kilos, un día ya no estarán.

Pasaron más días y de la nada pensó que su mente le jugada una broma pesada. Desde ese fatídico día de febrero no solo escuchaba su nombre por todos lados, porque no hay nada más común que llamarse José sino que ahora también lo veía en todos lados. Lo confundía con un pasajero del metro, con el vecino del edificio de enfrente, solo que ésta vez, por una buena vez sí era él. Era José que reaparecía de entre los muertos después de todos esos días de ausencia, que actuando como si nada hubiera pasado le preguntaba si sí había comprado tales velas o si sí había hecho finalmente el ratatouille. Todo eso, para irse dos minutos después porque verse solo fue una casualidad y él tenía que continuar esa nueva vida sin ella que ella tanto imaginaba.

Ese día dejó de creer que las casualidades no existían.

La vérité sur l'affaire de Harry Quebert. Joel Dicker, 2012

Finalmente, cuando se dió cuenta de que el pensamiento no se iba y las taquicardias no pasaban, decidió armarse de valor y aceptar su soledad, su soledad llena de pensamiento y taquicardia pero sobre todo vacía de él. Su nueva vida por fin ocupaba todo su tiempo y ese futuro antes soñado ya era un pasado incluso sin pasar.

Una vez integrado en su cerebro que lo que quedaba de él era solo, el pensamiento que el cerebro mandaba como señal ya por pura constancia sin escuchar al corazón, ella se dio cuenta que no era para tanto, que el corazón se había curado y como los kilos que escaparon y ella estrenaba ropa nueva, hoy también estrenaba cerebelo.

Él era solo un fantasma olvidado en ese lado del cerebro a donde no volvemos nunca más.

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