Plop, hizo la burbuja cuando se rompió.

"Entendió la relatividad del tiempo después de que él se fue, y un minuto le pareció un mes". Laura Solórzano

Hacía meses que las cosas no funcionaban, es más, si lo pensaba fríamente, nunca habían funcionado. Sin embargo, ésta vez estaba más claro y una vez más estaba segura de que las cosas no funcionaban, no funcionarían nunca, pero bueno, qué más da si la vida es así.

Ella ahora era una persona clara, zen, centrada en sí misma y en sus planes, con él o sin él los planes no cambiaban ni un centímetro su meta, su posición de ataque para todo lo que venía era la misma, eso le daba fuerzas, era el placebo mental que la hacía creerse fuerte, centrada y sin pena.

Ella estaba preparada.

La tristeza no haría de las suyas, ella, ésta vez, le había ganado. Retomó la lectura porque le evitaba pensar de más, esos momentos de procrastinar se volvían entonces en horas con Saramago o con George R. R. Martin si sentía que necesitaba dosis de dolor, pero de dolor ajeno porque ella estaba entera y sin rasguños.

Así pasaron los días y ella ganaba confianza una vez más, buscaba la felicidad en los detalles y evitaba la web 2.0, el exceso de celular y el exceso de esas amistades en común para pulir la superficie, así como cuando uno sonríe de manera forzada para que el cerebro mande la señal de felicidad... pues ella hacía lo mismo, caminaba más, sonreía de manera forzada, se inventaba compromisos y se refugiaba en los brazos de Saramago.

Su burbuja, como las de todo el mundo, no tardó demasiado en explotar, era otro día normal, otro día de trabajo, caminatas y lectura. Así que ese instante cuando levantó la mirada y él estaba ahí, sin avisos, sin poder anticipar su llegada, ella perdió los diez mil pasos avanzados para tenerlo ahí, a dos metros de distancia. Sorpresa es eso, eso que le pasó a ella cuando realmente no lo vio venir.

Se compuso lo más rápido que pudo, sonrió y mostró su mejor cara, intentó olvidar que solo había dormido cuatro horas, que el cabello lo tenía sucio y que, por cansancio, apenas si se maquilló. Nada importó cuando se cruzaron las miradas, se dieron dos besos incómodos pero cercanos, en su interior su análisis múltiple de cada segundo, cada seña, mueca y movimiento. Todo, su cerebro registraba a la velocidad de la luz para poder entender, después, todo lo que pasaba.

Prefirió hundirse una vez más en sus libros, aumentó el volumen de la música para callar aquello que se escapaba de la atención de éstos pero con nada consiguió olvidar ese momento, insípido y efímero, sin ton ni son que la devolvió, cual máquina del tiempo, a ese día en que todo terminó.


Submarine, Oliver Tate, 2010


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