María y sus recetas


I
Se despertó más temprano de lo habitual, la emoción no la dejó dormir. 

Sin importarle que fuera muy temprano, se puso a buscar en las gavetas hasta conseguir un cuaderno y algo con qué anotar, la tarea que tenía por delante, además de emoción también la llenaba de miedo. Cómo iba a hacer ella, a sus 70 años, para conseguir los ingredientes, el gusto de casa y de antaño para reproducir el sabor y el recuerdo que tanto echaban de menos. Sin mucho esperar se puso manos a la obra.

La primera etapa de ese reto auto impuesto fue conseguir un diccionario, sabía que no conseguiría todos los ingredientes sin tener a mano la guía para comunicarle, a esos daneses que no hablan ni una papa de español, todo lo que necesitaba. Cuando terminó de traducir los ingredientes y de hacer un recuento de lo que llevaba la receta, se dio cuenta que ese gesto, regalarle a Pía su plato favorito, implicaba también regalarle los secretos de la receta que una vez le dio su abuela, en suma, eran cien años (sino más) de secretos de familia.

-Carne molida
-Aceite de oliva y mantequilla (sí Pía, se necesitan los dos)
-Tomates pelados
-Conserva de tomate (concentrado)
-Albahaca
-Celerí
-xxx (solo un poquito y al final)
...

María sabía que Pía estaba lista, ya no odiaba tanto la cocina y era capaz de cocer un buen arroz. Este reto, un poco más difícil, sería una buena evolución. Un paso adelante en su vida de mujer independiente y ciudadana del mundo gourmet (ja ja).

Con receta, carrito de compra y la resolución de éxito se dirigió al mercado como cada miércoles en la mañana desde que había llegado a la ciudad.

-Hola Sra. María. Dijo el carnicero, quien sonreía orgulloso de sus dos palabras en español. María, menos mal, se pronunciaba casi igual.
-Hola Elliot, ¿qué tal?. Hoy necesito 1 kilo de carne molida. María lo dijo sonriente y agrandó la sonrisa de Elliot porque esta vez, por primera vez, traía lista y no escogía con los ojos.

La Sra. María siempre le hablaba a todos en español, cuando sentía que no le entendían repetía todo más lento, siempre en español, segura de que los gestos que acompañaban sus palabras eran suficientes para que le entendieran el pedido. Hoy, sin embargo, sabía que no podía dejarle nada al azar y mostraba orgullosa su lista de compras.

Luego de la carne siguió con el vendedor de verduras, pasó por las aceitunas que eran su debilidad e hizo una pausa. Cuando ya tenía casi todos los ingredientes, siguió con el paso más complicado: conseguir la mantequilla perfecta. Es que si no era como ella la conocía le iba cambiar a la salsa todo el sabor.

El quesero conocía a la Sra. María tan bien como Elliot o Farid, el de las aceitunas. La Sra. María probaba, siempre, dos o tres productos antes de decidirse a escoger. Y ese día no fue la excepción.

-Knud, hoy quiero el queso de siempre. Sí, Ost, ese de allí, indicó con el índice en el mostrador. Luego, por primera vez y bajo el asombro de Knud, no quiso probar ningún queso y a cambio le mostró las mantequillas. Knud entendió que hoy la tarea era otra, sobre todo al leer, bajo su propio asombro y en un danés de diccionario y sin conjugación:

"mantequilla media sal - media dulce - suave - cremosa"

Knud, asombrado al ver la lista de María, él no la llamaba señora, se dispuso a sacar las 3 mantequillas que tenía a la venta. Simple, salada y media. Se complicó la vida intentando decirle a María que las podía mezclar para conseguir el gusto que quería y que no se preocupara, todas eran frescas y cremosas.

La Sra. María, le sonrió con cariño sin entender palabra y, en español y con gestos de la mano derecha, le dijo que quería una porción de media salada y un cuarto de simple. Ella sabía que las podía mezclar para que no quedara nada muy salado.

Una vez donde Pía, hizo todo como hubiera hecho en su propia casa, acomodó los ingredientes en la mesa de la cocina y se dispuso a aliñar, cortar y acomodar todo en el orden en el que irían a la olla. Tenía  delante de sí exactamente 6 horas, incluyendo la hora de reposo, para preparar la salsa antes de que Pía volviera del trabajo.

Acomodó su copa de vino tinto mientras terminaba de cortar el céleri, contó bien para dejar en la botella lo que hacía para la receta y disfrutar de otra copa al final. El vino, acompañado de un trozo de parmesano y del Bolero de Ravel de fondo hicieron de su cocina un rato más ameno.





Tres horas después, la Salsa Boloñesa comenzaba a mermar, una hora más y estaría en su punto. El vino daba color a la carne molida y perfumaba, junto al laurel y la albahaca todos los rincones de la casa de Pía. La Sra. María disfrutaba de otra copa de vino y estaba feliz de sentir que recuperaba un poquito de su historia en esas tierras lejanas.

Agregó uno que otro garabato a la hojita donde había anotado todo, porque el verdadero regalo era ese. Hoy elle regalaba el pescado pero también enseñaba a pescar, o al menos, esa era su intención.


*****

Estaba en las escaleras del segundo piso cuando le llegó el primer olor de la salsa. Sin estar segura de donde venía podía apostar que María había hecho una vez más otra vez de las suyas. Llegó al cuarto piso con la boca hecha agua y lista para sentarse a comer.

Todo fue como en su infancia, una cucharada quemó la lengua de Pia, quien impaciente como de costumbre, quería probar la salsa directo de la olla. María no la regañó, ya la conocía y se las sabía todas de memoria. Pía hacía trampa con la salsa y María con el queso, cada una su vicio.

Entre risas y bocados, tanto María como Pía devoraron sus respectivos platos de pasta. Fue como una cápsula de tiempo, un paréntesis hacia el pasado a un sábado soleado con el Ávila de fondo.
II


María se despertó soñando con Caracas y con la boca hecha agua y llena de recuerdos de sus sábados de cocina. Ese día también era sábado pero no había ni Ávila ni sol sino una fría mañana de un invierno nórdico que parecía no tener fin.

Cuando salió a dar los buenos días, Pía y Mads estaban en plena preparación de la comida familiar. Celebraban su quinto aniversario y quisieron hacerlo con una fiesta a la "latina": mucha comida, mucha bebida, aperitivos, digestivos, postres y hasta una guarnición por si los invitados se quedaban hasta el amanecer. Ella ya casi no se ocupaba de la cocina y se divertía viendo como ese par intentaba, a toda costa, repetir sus recetas, a veces con éxito y otras con más amor que sabor. Pía siempre decía que ella no conseguía la misma mantequilla, que la carne no era la misma, que no tenía la misma sazón. Mads, él era feliz cuando cualquiera de las dos cocinaba ya que Pía, poco a poco, se acercaba más y más a las recetas y a la sazón de su mamá.

Ese día, la salsa boloñesa no fue una capsula de tiempo, tuvo otro color y otro sazón. Pero la ocasión fue el punto de partida de nuevos recuerdos que incluían un centenar de años de historia y otros pocos más contemporáneos. 

Tres generaciones compartían entonces el mismo gusto, cada salsa con su sazón y cada una con su toque de personalidad.

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